Sunday, May 06, 2007

La propaladora

¿A cuánto cotiza una buena historia para llorar o reir?. ¿Se podrá canjear por una batería vieja y algunas botellas vacías? ¿Vale más que tres docenas de huevos frescos? La idea no es mala, después de todo, más que nada si aún se dispone de una bici rodado 28. Y con brillante onomatopeya.




“¡Hoy cambio siete kilos de azúcar por una batería viejaaaa….!Gggg…jjjjjjjjjjj…… ¡Aproveche patronaaaa….¡ ¡Tres docenas de huevos por una batería viejaaaa…! Gggg….jjjjjjjjj…..”El megáfono va arriba del techo de una Dodge del ’70. La voz del fulano se escucha fuerte, retumba, pero hay casi adivinar lo que dice porque los ruidos que escapan del equipo de audio parecen una tormenta de verano sobre un techo de chapas.Antes que el pasó el “¡Pescaderoooo!”, y antes todavía un avión monomotor sobrevoló el caserío, desparramando el anuncio de : “¡Word Center Park….Últimos días... El parque de diversiones más importante del país…!”El mismo avión, quince días antes, había anunciado la presencia del “¡Gran Circo de los hermanos Vergaraaaa!.”Uno, venido de un sitio con pretensiones de avanzado, creía que las propaladoras habían desparecido, pero no. ¡Que van a desaparecer!. Ni la venta callejera, ni los botelleros, ni nada. Todo sobrevive a la ¿modernidad? en las ciudades, pueblos y parajes de horizontes más lejanos y más ajenos al ¿progreso?.Está la propaladora tradicional. Aquella que difunde los anuncios de quien la contrata. Megáfono sobre el techo de un 3CV modelo 74 o de una furgoneta VW. Allí se anuncia que la ferretería Aveiro tiene oferta de hierros de la construcción, bolsas cemento, alambre liso para cerco…. También alertará que el club de fútbol local recibe en su estadio al poderoso rival, que va puntero en la tabla. Podrá escucharse la oferta de la bolsa de harina de 50 kilos y la grasa para las empanadas.Pero el megáfono también puede estar instalado sobre similar vehículo desvencijado, propalando únicamente las ofertas e invites de su gordo propietario: el botellero, el pescadero, el verdulero.Aquellos “empresarios” mas modestos, incapaces en capital de montar semejante parafernalia, Simplemente acudirán al silbato, la bocina ronca o al grito para dar el alerta y, posteriormente, vociferar su oferta. El afilador, el heladero, el huevero, el panadero, hasta el peluquero.Uno, que ya pensaba que todo esto era un dulce recuerdo de la infancia, ha elegido adscribirse como cliente incondicional de cada uno de estos comerciantes de la calle, más por simpatía y nostalgia que por conveniencia y comodidad. Más aún: se le ocurre a uno montarse a la 28 con freno a varilla y, con cornetín en mano, proponer: “¡Una historia a 50 centavos!”